

Cuando pasa un año las cosas han cambiado para Terence, y no precisamente a mejor. Se ha acabado convirtiendo en un adicto a la cocaína y al Vicodin, eso sí, se ha convertido en un buen policía. Un día, una familia de inmigrantes africanos es víctima de una terrible masacre, y los superiores de Terence consideran que es la persona más adecuada para encargarle el caso.
En sus pesquisas, da con Daryl, un chico de los recados que es testigo ocular de lo sucedido. A cambio de conseguir la libertad incondicional para su madre, que está en la cárcel, se presta para testificar contra un traficante de drogas, Big Fate. Terence se convierte en el encargado de proteger a Daryl.
Terence vive a la vez una historia de amor con Frankie, a pesar de que ella es una prostituta. Las cosas se complican cuando Frankie le llama diciéndole que un cliente le ha pegado y no le quiere pagar, con lo que el teniente se va con Daryl a buscarla. Cuando encuentran al agresor, Terence le pega y se lleva el dinero.
Esto hace que Daryl considere a Terence una persona poco adecuada para protegerle, así que se escapa. Terence le busca como loco, pero lo único que consigue es que su abuela le cuente que se ha ido del país.
Las cosas se complican para Terence, que es requerido por la oficina de asuntos internos del Departamento de policía. También tiene que enfrentarse a un grupo de matones. Oculta a Frankie en casa de su padre, pero su carrera está en un momento muy crítico.
Acude a Big Fate y le hace picar en un trato: ciertos pagos a cambio de información privilegiada de la policía. Terence consigue que dé una calada de una pipa con crack justo cuando irrumpen los matones en escena, a los que eliminan. Por fin Terence ha conseguido el ADN de Big Fate en la pipa.
Con esto, consigue que sea declarado culpable y él es ascendido. Frankie consigue dejar el alcohol y se queda embarazada. Eso sí, algo que no acaba de superar Terence son sus escarceos con la droga.