

En esta ocasión el furor mitológico, que no el folclórico, queda aparcado más en segundo plano, no hay personajes voladores, ni constantes escenas de lucha inverosímiles, aunque sí que gozaremos de muy buenas coreografías y magníficas acrobacias. Sin embargo, todo aquel lirismo hecho imágenes en sus anteriores largometrajes alcanza en esta cinta unos niveles de exageración que llevan sus metáforas visuales hasta el paroxismo simbólico.
Yimou mantiene sus puntos fuertes en el estilo de la película, grandes movimientos multitudinarios, excelente fotografía, un control extemadamente preciso de la escenografía y un desaforado uso del color, excesivo esta vez. El problema es que mientras que en anteriores cintas la historia ayudaba en gran medida a sujetar determinados recursos escénicos, por otro lado no tan exagerados, en La Maldición de La Flor Dorada el argumento se asemejamás a un serial que a una trama imperial.
Visualmente desbordante, es una orgía de imágenes tan impresionantes unas veces, como carentes de sentido otras.